Archivo mensual: mayo 2013

FUERTEVENTURA, SU UNICO HOGAR.

«Entonces Yahvé-Dios formó todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los condujo al hombre para ver que nombre les daba y el hombre impuso nombre a las aves del cielo». (Génesis).

Tarabilla

 Y a mí, ¿cómo me llamó?. ¿Tarabilla común?. ¿Tarabilla canaria?. Si solo soy majorera. Especie endémica, únicamente de esta isla, en todo el mundo. Yo, que ni sé adivinar la muerte, ni calibrar la vida, simplemente la gozo. Y, ni siquiera abarco toda Fuerteventura, me limito a un espacio dentro de ella, apenas un kilómetro de radio, me sirve, cuando encuentro pareja y, dentro de esta pequeña superficie, solo un mínimo espacio de 700 metros cuadrados, como microhábitat donde amo y me aman, donde construyo nuestro nido y concibo y alimento a mis polluelos. Añado, a mis escasos once centímetros, los propios de un cardón o una aulaga, para posar y vigilar a mis presas.
Tarabilla2

¿Sabéis lo que es despertarme, con la luz limpia del día y como ésta se va poblando, poco a poco, de microscópica vida, que yo distingo, valoro y, a veces, limpio, con mi pico?. Volando hacia mi presa indefensa, mientras cae la tarde, vencida en una cadencia de luces y sombras, solo rotas por el, apenas perceptible, cambio del tiempo, ora seco, ora menos seco, hasta caer en la bendición de una corta lluvia otoñal, que marcará el comienzo de nuestra propia reproducción.

     ¡Hombre! Tú quizás no sepas vivir, pero se te da bien denominar, contar y medir. ¡Dime que te parezco! 

– Tarabilla majorera, la verdad, no eres tan insignificante. Tu vida es corta, apenas cinco años, pero éstos son suficientes, para renovar, hasta cinco veces, tus plumas y reproducirte hasta cuatro, con puestas, de tres o cuatro huevos, cada una. A pesar de asentarte en tan pequeño territorio, (tu casa), eres capaz de defender ésta, con éxito, frente a otras especies insectívoras.

Tarabilla3

     Te veo a tí, tarabilla macho, más bonita, con los colores más vivos, quizás necesarios para conquistar a tu hembra. Te veo a tí, hembra, diligente, fabricando sóla tu nido y contribuyendo, con tu pareja, en la defensa del territorio. Os veo, con las largas uñas de las patitas, posadas sobre un cáctus: vuestro cuerpecillo erguido, tonos de blanco, naranja. gris, subiendo hasta la fina bufanda blanca del cuello. Y, sobre éste, la negra cabeza, con los dos botones negros de los ojos y, el más negro aún, pico, apuntando, arrogante, al frente.

Pero, os advierto, ¡Cuidado con los gatos asilvestrados! ¡Cuidado con las cabras! y, sobre todo, ¡cuidado con el hombre! Tarabillas, sois sedentarias, no os movéis nunca de vuestro territorio, sin embargo, el hombre, no se conforma con el suyo y aspira a invadirlo todo.

Desde mi efímera vida, tan gris, os saludo, admirando vuestra corta vida, tan jubilosa.

Pájaro que escribe sin memoria…

Vicente Aleixandre.

Antonio  Olmedo Manzanares.

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«¡Jo morenita… Jo!»

    – Te tengo frente a mí. Me ofreces, ampliamente, tu boca, mientras la mía también se abre. Nuestros cuerpos se atraen, ciegos, se enredan, se entrelazan, durante horas, rodeados de vencida espuma y cuando, ya fecundada, te separas, soy al fin consciente y percibo mi entorno de silencio.

     Comienza así la procreación de la morena. ¿Una serpiente o un pez?. Quizás sea una de las criaturas, mejor dotadas de la creación, para reproducirse, vivir y morir, sin interferencias extrañas. (Salvo el hombre).

Morena Negra II

     Carnívora, consume con voracidad crustáceos y cefalópodos. Algunos de estos últimos le plantarán cara y lucharán a muerte, que casi siempre encuentran o, en el mejor de los casos, resultarán mutilados.

     La morena negra es una especie endémica de las islas Canarias, Madeira y Azores. De longitud superior a un metro, su cuerpo es musculoso y alargado, carece de aletas ventrales y, aunque de lejos, parece de un gris azulado o negra, vista de cerca, se descubre vestida, con un moteado de puntos blancos.

     Es muy conocido, el destino que tuvieron muchos cristianos y esclavos, condenados a ser pasto de los leones y otras fieras, bajo el mandato de algunos emperadores romanos, pero, lo es menos, otra de las sentencias a muerte, a las morenas, que sufrieron otros muchos, en la misma época.

     El pescador, sentado en tierra, frente a un sol ya moribundo, teje la malla del tambor, pensando en la morena. Sus fuertes dedos van domando las varillas metálicas, confeccionando un cilindro que será mortal. La morena accederá, buscando la carnada, por una de las bocas laterales, que se cerrará, una vez dentro, impidiéndole la salida. Al día siguiente, por la mañana, el pescador se limitará a recoger la pesca. (El tambor, como cualquier otra nasa, está prohibida, en la actualidad).  

     La expresión de sus ojos, la boca siempre abierta, sembrada de afilados dientes, impresionan. Mucha gente ignora que, la morena, tiene que tener, casi siempre, la boca abierta y tragar agua, constantemente, para poder respirar. Es falso que su mordedura sea venenosa pero, esos dientes, con restos orgánicos en descomposición, si te muerden, infestarán, gravemente, la herida.

Morena Negra

     Rafael Hierro, avanza con dificultad por el roquedal, bañado de espuma. Ya ha sembrado, previamente, con restos de carnada, el sitio. Aunque la morena elige la noche para cazar, no desprecia cualquier otro momento, si se lo sugiere su gran olfato. El pescador silba, con silbidos agudos a veces, otros pausados: ¡Jo morenita… Jo… Una morena asoma la cabeza desde una grieta, avanza, retrocede..

El sonido le llega amortiguado por el agua salada, lo reconoce, y se confunde con el fuerte olor de las fulas troceadas. En un último intento, la morena alcanza la carnada que disimula el anzuelo y, al mismo tiempo, el pescador la rodea con un lazo. Un fuerte tirón y un golpe seco en el espinazo, fracturará la columna y acabará con un pez que, pescado de otra forma, vive mucho tiempo fuera del agua, luchando y mordiendo todo lo que tenga a su alcance.

     Apenas son las siete de la mañana. El tiempo está tranquilo, la mar en calma y el viento ausente, cuando el pescador retorna, contento y triste a la vez, mientras susurra:

                            «¡Jo morenita… Jo!

                             ¡Jo morenita pintá!

                             Que viene el macho, morena

                              Y se come la carná».

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