Del baúl de mis recuerdos custodiado por mi madre, rescato mis vivencias escritas, de esta semana extraordinaria, recuerdos de los primeros años de los cincuenta…
Hay un juego de luces y estrellas, en el manto negro de una noche despejada. Luces vacilantes en manos firmes. Estrellas firmes, en manos de vírgenes vacilantes.
Vírgenes de moradas túnicas, de coronas plateadas, de dorados puñales en el pecho.
Cristos desnudos.
Es la Semana Santa de Castilla. Sencilla y austera, pero con un sello muy peculiar, al hacerse criptanense. Porque Campo de Criptana, pueblo español y manchego, Criptana, la de los blancos molinos, la de los inmaculados caseríos, se viste, estos días, con lienzo de cruz solitaria.
Todo ha pasado ya. El sol me envía, por el ventanal abierto, sus últimos rayos. Los chicos en la calle, juegan aún a procesiones, con sus cruces sencillas y sus andas de palo. Sin espectadores, ni emociones, ellos pasan con sus latas, bien amarradas, remedando tambores romanos, marcando un paso irregular.
Anochece y el mundo mágico de los niños se apaga. Luna llena y estrellas. Quietud, paz. Soledad y silencio.
Miro hacia la Sierra. Los molinos de Criptana no andan. No andan porque disonarían en esta soledad dulce. No andan, porque están aún sujetos en el mágico influjo que un mago les infundiera. No andan porque son eternos y un día, fueron mutilados por una lanza valerosa. No andan y, sin embargo, están aquí como relojes parados, marcando el tic tac de la vida de un pueblo sencillo y transparente.
Jueves Santo, 09 de Abril de 2020, salud y quédense aún en casa.
Antonio Olmedo Manzanares.