– ¡Siéntate aquí, junto a mí!. Tú me ocultas algo, ¿no es cierto?. ¿Acaso te trató alguien mal?. Veo una sombra en tus ojos limpios y eso me entristece. ¡Dame tus labios y bebamos, juntos, del placer!.
Estás inquieta. En tu suave cuerpo, siento una vibración desconocida. Tus manos, rebeldes, no te pertenecen. ¡Ábreme tu alma!.
Incomprendida y deseada, llorabas muy bajito, mientras tu cuerpo bailaba, apretado al de un hombre. Odiaste, en ese momento, a todo el mundo, y te sentiste desdichada. Luego fuiste alegre. De nuevo, ráfagas misteriosas, envuelven tu espíritu en brumas. ¡No tienes nada que temer!. ¡Mira!, tú eres una pequeña diosa y debes dejar a un lado tus recelos. Yo he visto a un vulgar insecto, apretar su cabeza con las patitas y cantar a la vida. Mariposas fugaces, muy fugaces, trenzar un abanico de color y cantar a la vida, Rosas, cien veces pisadas, intentando erguirse y cantar a la vida. Y tú, tan bella, tan valiosa, tan importante, ¿vas a desesperar por una hora amarga?.
¡Dame tu mano!. No la abandones en la mía. Quiero sentir ese latigazo fuerte de tu sangre joven. Luego, cara al crepúsculo, diremos juntos adiós, a nuestro viejo amigo.
De mi libro adolescente, “Servilletas de Papel”.
Antonio Olmedo Manzanares.