Corría el año 1.712 y, la pequeña Greta, acudía con sus padres, a la misa de Nochebuena.
Una fina lluvia barnizaba las negras espadañas de la Iglesia. Sobre un poyo, cerca del portón de entrada, el escultor, había sentado un pequeño demonio de bronce, con sus pequeños cuernos relucientes, el gran rabo enrollado y una fastidiosa mueca, en su feo rostro.
La niña, se fijó en el diablo solitario y en el breve pene, que le asomaba y no pudo resistir la tentación de tocarlo.
El diablo le sonrió y, esa sonrisa, se le quedó gravada para toda la eternidad.
Hoy, en Lübeck, quien visita la Iglesia de Santa María, es saludado por el diablillo, con la misma sonrisa.
(De mi libro Servilletas de Papel).
Antonio Olmedo Manzanares.