Serán, probablemente, las cuatro de la tarde. Un calor agobiante cae, sembrando de moscas, los cadáveres putrefactos.
Hace muchísimo calor en Freetown.
La larga hilera de mujeres, hombres y niños, avanza despacio, hacia el punto dónde tres jóvenes, vestidos con un sucio uniforme de camuflaje, con los machetes ensangrentados, privan de un miembro, a todos los que componen la fila. Carne negra, amputada por carne negra.
Les dejan elegir: ¿Mano derecha?, ¿Mano izquierda?. Los mutilados ya no serán nunca enemigos peligrosos.
Inútil salirse de la macabra fila. Los cadáveres de los que lo intentaron, yacen, acribillados a balazos, en el lodo.
Mame Coumba, doce años, acaba de aprender a leer y escribir. Nuevos mundos se abren a su imaginación fértil, mientras garabatea los primeros signos de la escritura. No duda ni un momento. Se adelanta al soldado y le tiende la mano izquierda. Sabe que así, su mutilación no será total.
El soldado la mira feroz. El machete golpea dos veces, y la niña se queda sin las dos manos.
¡Dios mío, Dios mío… hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza!.
Antonio Olmedo Manzanares.
De mi libro Servilletas de papel.