HAMBRE.

Cae la noche y el calor de las infinitas luces del 24 de diciembre, no llega al trozo de acera cuarteada, donde yace el hombre. Encogido, como un enorme feto, extrañamente hinchado, con el rostro cárdeno y sembrado de heridas, húmedas y abiertas.

Pasan las horas, largas, monótonas como nunca. Esta noche, la hoguera no se ha encendido y, en el negro rincón de enfrente, refugio de vagabundos, no hay nadie. Hace mucho frío y la forma humana, se agita, sin querer… un trabajoso sopor le invade pero, al momento, un río de fuego le sube por las entrañas, mientras una culebrina dolorosa, parece atenazarle el corazón.

Es Navidad, ¿incluso para él?. Ni siquiera un recuerdo, un leve sueño de niño, le trae su mente embotada.

Es Navidad. No es una noche cualquiera. ¿Acaso no has sentido un par de zapatos más, tropezar en tu cuerpo deshecho?.

Pasan las horas y un resplandor rojizo oculta las estrellas. Pasan las horas y, a veces, se nota un temblor en la esfera del tiempo. El temblor de un cuerpo, aún joven, que despide a la vida.

Un perro lanza un ladrido a la noche. Un ladrido de queja, de frío, de soledad.

Pasan las horas y, como entre nubes de algodón, una vida se apaga, sin ningún deseo, sin fin alguno.

Todo se va difuminando. Incluso ya, el frío no se siente. ¡Aguanta un poco más!. El amanecer se acerca y su luz te alumbrará.

Se oyen voces de borrachos, que no saben cuando retirarse. Por fin llega el día. Aunque el sol sale, aún es pronto para que caliente. Comienzan a acudir personas, desocupadas habituales. Un individuo, embutido en un mono sucio, a pesar de la festividad, se acerca al moribundo y le levanta la cabeza.

-Lleva ya cuarenta noches sin dormir bajo techo -comenta una voz- no hay derecho a que hagan esto con un hombre.

-Sí, tiene familia y se lo llevaban, pero él no quiso.

-¡Chaval!. Toma quinientas pesetas y tráele un café con leche y unos churros.

No puede abrir los ojos. Los párpados están muy hinchados y la boca terca, se cierra, negándose a tomar el alimento. Una voz puntualiza:

-El otro día retiraron a dos muertos.

-La culpa la tiene la polícía -apunta otro-, pasa todos los días por aquí, pero solo se llevan, a los que les interesan, a éstos, como saben que no pueden cometer ningún delito…

Cien manos intentan levantarlo y cien veces el mendigo, se vuelve a tumbar, recogido en su humildad, malhumorado, porque no le dejan morir tranquilo, los que no le ayudaron a vivir.

¡Dejazle descansar y que el sueño le invada, consolador!.

¡Dejadle y que el sol caliente su agonía! ¿No veis como os pide la limosna del olvido?. ¿No adivinais, en esa piltrafa, la última y única paz?.

Que su rencor no os persiga eternamente, si lo volvéis a la vida.

Antonio Olmedo Manzanares.

De mi libro de adolescencia: Servilletas de Papel.

Siguen los mendigos, en las grandes ciudadades. En la Puerta del Sol de Madrid, la semana pasada, al amanecer, algunos se levantaban, recogiendo los cartones que les habían cubierto durante la noche, inusualmente cálida. Otros seguían aún cobijados, en los huecos de los edificios. La Gran Vía, tiene un despertar similar.

Los mendigos… los agricultores, sobre sus tractores cargados de impuestos y desesperanza.

Desde Fuerteventura, sábado, 10 de Febrero de 2024.

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