Que no es de Alcalá de Henares. Nació en San Nicolás del Puerto, villa de la provincia de Sevilla y sí muere en Alcalá, el 13 de Noviembre de 1463.
Cuando llego a San Nicolás del Puerto, me encuentro unas pocas calles desiertas, flanqueadas de casas blancas, con dinteles marrones en puertas y ventanas, rejas negras en sus balcones. Un pueblito limpio, de 700 habitantes, mientras arriba, el audaz algodón de las nubes, intenta ocultar los restos, de un cielo azul purísimo.
Bajando por la calle La Cruz tropieza mi mirada, a la izquierda, con las rotundas formas de la Iglesia de San Sebastián y San Diego (siglo XIV) y ya más abajo, accediendo a la plaza, observo guardando un lateral, la estatua del Santo, armado con una blanca cruz. En el interior del templo, en su pila bautismal, fue bautizado. Sigo descendiendo, y cruzo sobre un pequeño puente romano, el Huéznar, que nace, unos metros más arriba, en la fresca umbría de la sierra norte, de la provincia de Sevilla. Aquí vio la primera luz, San Diego, que llamaron de Alcalá porque murió, en la ciudad universitaria, el 13 de Noviembre de 1.463.
Poco sabemos de su infancia. Conocemos su ingreso en el convento San Francisco de la Arruzafa, en Córdoba, lugar que ocupa hoy un Parador y que recorrió los caminos, de las actuales provincias, de Córdoba, Sevilla y Cádiz.
Buceando en las bibliotecas de Alcalá de Henares y en la misma Universidad, no hay mucha información escrita pero, sin embargo, sí existe, un poso palpable de conocimiento, si no escrito, sí de vivencias y recuerdos, por todos los lugares que visitó.
Quizás se deba a su naturaleza de hermano lego, no clérigo, analfabeto, y en razón de lo cual, la Orden de los Frailes Menores de la Observancia, no les permitía ser guardianes de convento.
El antipapa Benedicto XIII, concedió en 1414, a Fray Juan de Baeza la facultad de fundar, con limosnas, un convento, en la recién conquistada, isla de Fuerteventura. Siete misioneros del Convento del Abrojo, en Castilla, enviados desde Sanlúcar de Barrameda, formaron la primera comunidad, del convento de Betancuria. Dedicóse a San Buenaventura, y llegó a tener treinta frailes, Franciscanos Observantes y, a la muerte de su primer guardián, saltándose las normas, nombraban en 1445 a San Diego, su sucesor. Permanecería, en este lugar, de la isla, hasta 1449. Suponemos, que la labor, junto a su compañero Fray Juan de Santorcaz, en una nueva sociedad, en camino de un fuerte cambio, sería muy importante.
San Diego, marchó en peregrinación a Roma, con ocasión del jubileo de 1450, permaneciendo en la ciudad, durante tres meses, cuidando enfermos en un hospital.
En 1456 se traslada al convento de Santa María de Jesús en Alcalá de Henares, donde reside hasta su muerte, trabajando de jardinero y de portero del convento.
Es, después de su fallecimiento, cuando su sepulcro, es lugar de peregrinación de Cardenales, Príncipes de España y hasta Felipe II. Es extraordinario que, en todo el siglo XVI, fuese la suya, la única canonización efectuada.
Los mejores pintores lo retratan, hasta Lope de Vega escribe una Comedia sobre él. Es asombroso, que un iletrado, llegase a significar tanto, para tanta gente.
En Gran Tarajal, todos los años celebran los estudiantes, en su memoria, la fuga de San Diego.
Antonio Olmedo Manzanares.
De mi libro ” Fuerteventura, luz y silencios” .