Hace una gélida noche, con los restos de una lluvia, que nos ha acompañado durante todo el día. Penetro en el Teatro Cervantes, cada vez más pequeño me parece, 13×16, creo que es mi recuento de butacas. En el escenario, justo en el centro, un enorme piano de cola. Más de un centenar de músicos, con sus diferentes instrumentos, lo rodean y lo superan, en varios niveles de altura. Del Director, partido por el piano, sobresale medio cuerpo, y se ven las dos finas piernas por debajo. Menos de 50 personas, nos cobijamos en las butacas. Observo la juventud de los músicos y la escasa diferencia, en número, entre hombres y mujeres. Todos, solo es un ensayo, visten de manera informal. La acústica excelente. Las notas, surgen pronto, delicadas, con estrépito, ordenadas, suaves, declinando… Un clarinete, se va abriendo paso, por el bosque de sonidos: violines, violoncelos, saxos, trompetas, trombones, platillos… se extiende el estruendo y enseguida se desploma, en un cierre majestuoso. El cámara de televisión de Castilla La Mancha, se afana por abrirse paso, a través de la multitud de músicos. El pianista, muy delgado, acaricia, golpea, recorre las teclas en una cascada sonora, que va convirtiéndose en un río de sinfonía, in crescendo, con los diferentes afluentes sonoros, hasta explotar, en un abismo inconcebible. – “Respetad al pianista, bajos, trombones tambores… se tiene que oir al pianista”, exclama el Director.
Apenas diez minutos de descanso. Arrastran el piano hacia el foro, y los músicos pueden ganar espacio. Y vuelve enseguida la música impetuosa, o casi en silencio, con ocultos sonidos de selva ignota, con solos de flauta, con cantos de pájaros ocultos, con adivinados infiernos… y sé, que fuera, permanecerá la fría noche, y no quiero irme… pero comprendo que solo es un ensayo.
Antonio Olmedo Manzanares.
Ensayo del concierto de Santa Cecilia, Filarmónica Beethoven de Campo de Criptana.