
En Campo de Criptana, de los enterramientos en las Iglesias, se pasó a la inauguración del primer cementerio, el uno de diciembre de 1805, en las afueras (entonces) de la población, a la vera de la ermita de San Cristóbal que servía como capilla al recinto. Reinaba Carlos IV, y disponía también, de los permisos eclesiásticos, emanados aún de Uclés, como sede de la orden de Santiago.
Por el crecimiento de la población, en su vertiente hacia Alcázar de San Juan, a principios del siglo pasado, se trasladaban todos los restos, al nuevo cementerio, en la carretera nacional 420, en su salida hacia Pedro Muñoz. Enorme, limpio, luminoso, con sus paseos entre altos cipreses, se suceden las tumbas, con sus lápidas y epitafios.
Cerca de la entrada, en una humilde tumba, reposan: mi abuelo Alejandro Manzanares Ortiz, con su mujer, Dominga Amores Plaza; mi padre, José Antonio Olmedo Carriazo y mi madre, que murió en Fuerteventura, Consuelo Manzanares Amores… Un siglo de vida, pasaron dos guerras mundiales, y una guerra civil… Recuerdos… Vivencias…
Y el, 27 de Mayo de 2020, comenzamos, oficialmente, un luto de 10 días, por los que han caído, por esta horrible pandemia. En Campo de Criptana, como en toda España, muertos en soledad, y en soledad enterrados.. Hasta ayer, 26 de Mayo, murieron en Campo de Criptana, 70 vecinos (34 del Covid-19), todos y cada uno, con su nombre y apellidos, con sus familias, el afán de cada día, y su huella, en este querido pueblo. Que, en paz, descansen.
Hoy, desde esta luminosa mañana de Fuerteventura, quisiera estar también, en un paseo reposado, por ese cementerio.
Antonio Olmedo Manzanares.